Desde pequeña aprendí que todo se tenía que hacer rápido y con
altos estándares de calidad si se deseaba tener éxito. No podía darme
cuenta cómo estaba manejando mis
emociones. Era como una regla, no mencionada, que para lograr los objetivos deseados
de una manera exitosa, había que tener altos niveles de estrés. Al casarme, migrar a otro país y empezar mi vida
independiente lejos de mi núcleo familiar, pude darme cuenta de las
consecuencias que este comportamiento
empezaba a tener en mi salud mental y física.
La modernización de la sociedad exige estándares
cada vez más altos en la vida de los adultos que pretenden tener éxito,
quitándoles un poco más de salud y vida.
El problema viene cuando nos
convertimos en padres o mentores de mentes jóvenes, pues si no analizamos
nuestras motivaciones y métodos para
llegar al éxito, podemos transferir estos malos hábitos de manejo de estrés a
las generaciones siguientes. Lo que yo diría,
es una suerte de contaminación emocional... Es decir, a nuestras generaciones
futuras no solo les estamos dejando un
planeta lleno de gases tóxicos y escasez de recursos naturales, si no
también les estamos dejando técnicas pobres de manejo de problemas emocionales, lo cual afecta su
desenvolvimiento y desarrollo saludable en la sociedad.
Otro ejemplo son aquellas personas que buscan
cualquier motivo grande o pequeño, prestado o propio para deprimirse y pasar un
mal rato. En muchos casos estas personas se sienten incomprendidas por ser altamente sensibles y no ser capaces
de afrontar los problemas de manera adecuada. Son personas etiquetadas como
“dramáticas” y se piensa que lo hacen para llamar la atención. Lo que no vemos
es que talvez, esta persona aprendió a lidiar con los problemas de este modo por crianza, por alguna experiencia o porque no
sabe que mas hacer, pues nunca tuvo la oportunidad de aprender a resolver sus
problemas de otra manera. Estos son malos hábitos emocionales que afectan nuestro desenvolvimiento social, nuestras relaciones y
nuestra salud física.
No es fácil darnos cuenta de esto pues vivimos
en una sociedad donde las emociones no se analizan solo se viven, explotan o se
embotellan dentro de uno mismo. Pero nunca las procesamos y mucho menos las usamos a nuestro favor.
Pensamos que las emociones y el pensamiento
están en desacuerdo.
Mucho de los casos que vemos en consulta terapéutica
son debido al mal hábito de embotellar
las emociones pues esto es considerado característica de fortaleza. Como
por ejemplo cuando le decimos a un niño varón que “los niños no lloran" o cuando
le decimos a una niña que se va a volver fea por enojarse. Todos estos mensajes
para fortalecernos que recibimos cuando éramos pequeños de parte de nuestros padres, mentores o la sociedad, los llevamos
dentro de nosotros. Luego se traducen en pensamientos (o creencias) que a su
vez se manifiestan en conductas poco saludables de adultos, como cuando no
podemos decirle a alguien que estamos enojados por miedo
al rechazo o cuando no podemos mostrar nuestras frustraciones /tristezas a
nadie pues nos pueden creer débiles. Expresar las emociones de forma asertiva
puede ayudarnos a solucionar problemas. Si no salen de nosotros, nos
convertimos en una olla de presión que, o explota en el momento menos indicado o se transforma
en dolencias físicas, por que el contener las emociones, puede generar niveles
de estrés muy elevados que tienen
repercusiones en nuestro sistema inmunológico.
Algunas sugerencias para el manejo adecuado de
las emociones:
- Daniel Goleman, PhD, nos dice en su libro “La Inteligencia Emocional “ que “La familia es la primera escuela de aprendizaje emocional”. El niño tiene como primer modelo emocional a los padres o figuras paternas, por lo tanto es importante empezar por analizar nuestros hábitos emocionales, como adultos para poder transmitir buenos hábitos emocionales a nuestros hijos.
- Es importante poner nombres a nuestras emociones sobretodo al momento de expresarlas o compartirlas, haciéndonos responsables de las mismas. Por ejemplo una esposa que le dice a su marido “Me haces enojar cuando llegas tarde de noche” Podría cambiar su manera de comunicarse diciendo “Yo me siento enojada cuando llegas tarde de noche porque pienso que…..” Esto se puede usar con otras emociones como tristeza, arrepentimiento, alegría, miedo, admiración.
- Identificar los pensamientos que nos hacen reaccionar de una manera poco saludable. Esto se logra haciéndonos la pregunta “¿Qué estoy pensando en este momento?” “¿Por qué pensar así me hace sentir de esta manera?” (deprimida(o), colérica(o), frustrado, etc.)
- No existen emociones “malas” o “buenas”, sólo existen emociones. Sin embargo, el nivel que alcancen las mismas sí son determinantes en qué tan adecuadas o no puedan ser nuestras conductas. Por ejemplo, sentirse triste es una emoción funcional, pues nos permite demostrar que tenemos algo que nos apena, que nos duele, y nos dará la suficiente claridad para vivir este dolor pero también como para poder superarlo y continuar con nuestras vidas. Cuando esta tristeza se convierte en depresión, entonces nuestra vida se ve afectada y no logramos manejarnos de forma adecuada afectando nuestra funcionalidad. Igual puede suceder con una alegría cuando se convierte en euforia y podemos tener conductas que incluso pueden poner en riesgo nuestra vida y/o la de otras personas.
- Procuremos ser empáticos con otros y nosotros mismos a menudo. Trátate como te gustaría que te traten.
“Cada uno de nosotros es
su propio clima, determina el color del cielo dentro del universo emocional en
el que habita.” (Fulton J. Sheen)